lunes, 26 de noviembre de 2007

¿Self destruction o shell destruction?

Si uno pudiera girar sin marearse, no giraría. La teoría es que los daños colaterales hacen que algunas cosas (tampoco nos vamos a poner en extremistas) sean atractivas por los peligros que las circundan. Todos tenemos la ilusión de tener una anécdota para contar a las generaciones venideras de cómo logramos salvar nuestra vida, ya sea de un tiburón blanco o de pisar una cáscara de banana. Todos queremos tener nuestra propia odisea para ser más interesantes. Y si no las tenemos, las inventamos.
Es así que llegamos al punto de creernos que, en cierta medida, nuestra vida está apoyada sólo en eso que nos construimos, que nos quisimos creer, que nos quisieron creer.
Pero cuando eso ya no se sostiene, todo parece venirse abajo. Lo que pensamos que somos. Lo que piensan que valemos. Lo que vale. Lo que somos. Lo que piensan. Lo que no pensamos. Lo que no piensan.
La cuestión está en encontrar un centro espeso y persistente. Algo que está firme aunque no lo hayamos usado durante años. Algo que está esperando a que decidamos vincular un poco más el hacer con el querer, y no tanto el deber con el quieren.
A veces son necesarios muchos años para encontrar la forma de viajar al centro de la tierra.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Ranking Húmedo

Resulta ser que todos los seres humanos necesitamos expresarnos de alguna forma. Algunos nacen con la variedad y usan y abusan del grito, las carcajadas, las lágrimas, protestas, resoplidos y hasta algunas caídas de pestañas.
Yo suelo ser un poco más monotemática. O ¿bitemática? (si no existe, lo invento).

Salvo las risotasdas cuasi-convulsivas que suelo tener cuando algo me causa gracia, suelo llorar. Mucho. Mares.
Pero a contrario sensu de lo que la mayoría piensa, no lloro de tristeza. Es más, muy pocas veces de todas las que lloro lo hago por esa razón. Lidera el ranking la indignación, pero creo que expresarla de esa forma debe ser por el bien a la humanidad: reemplaza a la reacción que tendría si no llorase, es decir que evita que cometa varios homicidios emocionales (probablemente por asfixia o por impacto de algún objeto contundente en frentes familiares).
Segundo puesto: la bronca (no confundir: la indignación se presenta cuando sabemos que algo es ilógico, tan ilógico que se hace racionalmente imposible combatirlo; la bronca, por el contrario, surge cuando algo completamente racional viene a invadir el equilibrio mental que se construye sobre la base de lo ilógico).
Tercer puesto: la desesperación. Es la sensación de que todo se desbanda, se va de las manos. Viene acompañada por el hecho de saber que hay muy pocas cosas por hacer, y por la esencia mental de ser humano, que tiende a conformarnos con que probablemente no funcionaría si probáramos.
Y finalmente, en el puesto cuatro, la tristeza. No es que uno no sufra, pero generalmente viene tan mezclada con las anteriores que termina siendo bastante relegada, parece que perdiera fuerza. Muy pocas veces sentí sólo tristeza; me lo reservo, para no mojar el teclado.




Anécdota témática, como para no perder el hilo

Lu a Anita: ¿Qué te pasó en la carita?
Mer, mamá de Ani: La arañó un gato
Lu a Mer: ¿Y Ani que hizo?
Anita a Lu: Anita lloró

martes, 13 de noviembre de 2007

De nimiedades como el clima, los estados de ánimo y las frases populares

Si es cierto que el estado de ánimo depende de cómo nos trate el clima, odio estos días que anuncian soles y regalan lluvias, para terminar anocheciendo con una crueldad que se refleja en frío y frazadas. Frazadas que se vuelven a escapar de los placares y nos miran, ahí, tendidas. Y nos recuerdan que no, que aún no es momento de dormir bajo las estrellas.


Todavía no vale el “vos, dormí sin frazada”.

martes, 6 de noviembre de 2007

"y después de batir, agregue sobre la hoja..."

Hoy tengo ganas de escribir algo largo. Algo que no todo el mundo quiera leer.
Creo que no va a tener mucha coherencia, o tal vez si la tenga, pero lo que le va a faltar es un hilo conductor.


Como que no llueva los domingos a la mañana, pero sí los lunes. Parece que los dioses han acordado que levantarse temprano sea lo más tortuoso posible, y por eso le agregan lluvias, ganas de dormir, y sueños que son demasiado buenos para despabilarse con el ruido agudo, metálico y tan, pero tan detestable del despertador.

Respecto de esto, he elaborado distintas teorías, pero ninguna termina de conformarme. ¿Deberíamos usar como despertador una canción o sonido que nos agrada? La respuesta es NO. Salvo que estemos dispuestos a que ese agrado originario se transforme en repulsión, y que esa melodía pase a estar en la lista de cosas que jamás, ni que me obligue mi mamá (para vos, mi terapeuta), incluiría en ningún aparato reproductor y/o portador de sonidos.
Entonces, acá la antítesis: ¿debiéramos usar entonces una melodía que ya odiemos, como para ahorrarnos el trámite? Mi respuesta vuelve a ser negativa. La justifico con una situación gráfica: levantarse a las 6:30 de la mañana al ritmo de “vamos los pibes, todas las palmas” etc. etc. (con respeto hacia todos los gustos musicales) no es mi idea de un buen despertar. Sería el corolario de un amanecer traumático.
Llego así a la conclusión: después de todo, prefiero el ruidito metálico. No porque sea bueno, sino porque es tan social que es menos desagradable el saber que al mismo horario, lo estamos odiando miles de nosotros (¿falacia de apelación al pueblo le decían?).

Me di cuenta de que le tengo mucho miedo a mi tortuga. A veces me divierte (sobre todo cuando entablo luchas improvisadas entre ella y mi zapatilla), pero cuando se aproxima silenciosa mientras tomo sol, deseosa de morderme los dedos de los pies, le temo. Y es un temor fundado en estadísticas de buena fuente: el 100% de las mordidas en los dedos de papá lo hicieron sangrar.

Cuando nos queremos hacer las rebeldes superadas, las mujeres de mi tipo (categoría sin nomen) hacemos cosas como: teñirnos/cortarnos el pelo; comprarnos ropa original/excéntrica/anteojos llamativos; dejar de depilarnos; salir a la calle descalzas o tratar mal, de una vez por todas, a esa vecina que nos arruinó varios días de la infancia-adolescencia al decirnos que “estamos más gorditas” (con un acompañamiento salival de importancia). Que conste que la vecina digna de ser quemada en la hoguera puede ser reemplazada por cualquier individuo de rasgos humanoides que haya tenido el tupé de humillarnos.

Si llego a oír una vez más, en cualquier contexto, la frase “es lo mínimo que nos merecemos”, o me entran convulsiones, o me prendo fuego.



Bueno, después de todo ni tenía ganas de escribir tan largo, ni tampoco es cierto eso de que lo bueno viene en frasco chico. He decidido sortear con este texto todas las reglas de la lógica, y un poquito también las de la profundidad conceptual.