martes, 20 de mayo de 2008

Hasta siempre, hasta nunca...

Por una serie de acontecimientos me puse a pensar acerca de todas las despedidas que existen.
Las obligadas. Esas que primero nos sorprenden y después tenemos que internalizar, de a poco.
Las pensadas, que primero hacen un monólogo en la consciencia y después de un largo tiempo se deciden a salir a saludar.
Las que se ven venir aunque nos hagamos los distraídos. Fijan carteles en el camino, pero terminan sorprendiendo igual.
Las falsas despedidas. Hacen todo un proceso típico del adiós, y cuando estamos listos para verlas llegar, pasan de largo dejando un tendal de pensamientos huérfanos y, contradictoriamente, trayendo también un aire nuevo, aire de recomenzar.
Las sin salida. No nos sorprenden, las pensamos. Sin embargo, sabemos que de todas formas no va a haber alternativa. Hoy o mañana vamos a tener que asumirla.

Hay muchas cosas de las que no tengo intención de despedirme, pero voy a tener que terminar haciéndolo. Necesidad física o moral. Lo que sea. Todo un tema el de las despedidas.
Quisiera despedirme de ellas, pero paradójicamente, son la única excepción a la regla.

5 comentarios:

Unknown dijo...

No hay nada que hacer, para renovarse siempre hay que dejara algo y lo que ayer parecía imposible hoy está a punto de suceder...

Ale dijo...

Es que las despedidas, sorprendentes o no, proponen un cambio. Dejar de tener algo que siempre tuvimos, o que no, depende el caso. Pero siempre es un cambio que a uno le cuesta aceptar, porque no sabemos dejar las cosas atrás. O mejor dicho, no es que no sepamos, sino que no queremos... porque dejarlas atrás sería dejar atrás también algo nuestro, algo que fuimos alguna vez.

Y a veces podemos estar mucho tiempo mirando hacia eso que dejamos, sin darnos cuenta que aún no lo hicimos, que seguimos esperando volver ahí. Y eso nos estanca, nos condiciona, y no nos permite "liberarnos" de ese pasado. Porque no queremos hacerlo, porque no queremos cambiarlo.

Las despedidas, al menos para mi, son tristes. Aunque escondan algo bueno. Me es triste despedirme de las cosas que quise para mí e incluso de las que ya no quiero más. Porque, sin planearlo, recuerdo el momento en que las quise y me vienen al instante todos esos mismos sentimientos. Solo que hoy, en este momento, ya no están.

Anónimo dijo...


Nunca digo adiós a nadie.

Nunca dejo que mis personas más queridas se vayan.

Prefiero llevármelas conmigo.

Anónimo dijo...

Con todo mi respeto, lo que dijo el señor Arraño me dio un minúsculo escalofrío. Me hizo acordar al señor de la bolsa.

De algunas cosas no vas a tener que despedirte, vas a ver.

Definitivamente, a vos el estudio te hace fluir las letras por las venas.
Ua lástima que no estudies más seguido ;)

Sorete, no me llamaste. Sigo sin fotocopia. Estoy llorando. Extraño a Oteiza.

maru.-

Unknown dijo...

Odio las despedidas. Odio el adiós.. prefiero el "hasta luego".
Un beso!