lunes, 24 de marzo de 2008

Juego de Palabras

Estos días se han ido un poco las palabras. No fue la semana santa, ni el ocio, ni la falta de temas.
Se tomaron un descanso. A veces no se trata de que no haya cosas para decir, sino de encontrar la forma y momento oportunos para hacerlo.
Sigo sin encontrarlos. Se me ocurre una idea; hablar sin decir nada. Hablar de palabras que quieren decir pero no se dicen, de palabritas que se esconden atrás de los discursos disfrazados de importantes. Se esconden también entre papeles y dibujos de rutina, en caras sonrientes y no tanto, y atrás de otras personas también.
Y así descubro que a las palabras les encantan los juegos, las escondidas, los disfraces.
Después pienso que también les gusta jugar a la mancha. Corrernos sin dar un respiro, “si te toco estás fuera de juego…corré, porque estoy llegando”. Corro. Más de lo que quisiera. Me escondo, pero esta vez no quieren jugar a las escondidas, así que me encuentran, donde quiera que esté. Me tocaron. Voy fuera del campo de juego, me toca esperar a que empiece uno nuevo, y pueda volver a entrar.
Entonces, creo que lo que pasó esta vez fue eso: hace unos cuantos meses me tocó entrar, pero cuando las palabras te tocan y gritan “mancha”, es imposible seguir. Son el jugador más poderoso, tienen el don de elegir a quién correr, a quién tocar, a quién manchar. Nunca se cansan, no pueden ser tocadas. Tienen todas las de ganar.
No creo en la ingenuidad de las palabras. No es casual que elijan mancharnos. Por el contrario, estoy empezando a pensar que, desde que todo empieza, tienen bien en claro quien necesita ser manchado, salirse del juego y sentarse a un costado a aprender a jugar mejor, para cuando se venga la revancha. *


*Para Maru (P.S: no es tan propio)

miércoles, 5 de marzo de 2008

Manos que escriben y dicen

Me pasa muy seguido esto de tener ganas de escribir, de empezar una hoja en blanco y querer obtener, al final, eternos renglones interesantes entre los que deslizarse y deleitarse con la vista.
Sin embargo, cuando me encuentro frente al vacío no se bien con qué llenarlo, quiero buscar un tópico. ¿Algo anecdótico? ¿Abstracto? ¿Partir de una imagen? ¿Dejar volar mi imaginación y pasear de tema en tema, o focalizarme en uno y ver cómo me escurro hasta encontrarle la vuelta?
No quiero resignarme a que es sólo un capricho de escribir sin argumentos. No creo que sea por nada que uno siente deseos de empezar a escribir. Cuando hay ganas de arrancar con algo…no se, no creo que exista algo más genuino que ese hilo de energía que recorre el cuerpo. Yo siento que se me va a las manos. Hablo de lo que quiero hacer y no paro de moverlas. Se me estiran los dedos, solitos, no los controlo. Como si estuviera por alcanzar algo. Como si haciendo eso las cosas fueran a suceder más pronto.
Me pongo a pensar en qué pasaría si uno le hiciera caso más seguido a sus propias manos.
Las manos pueden decir muchas cosas. Son mi parte favorita del cuerpo, pero el favoritismo va más allá de un simple atractivo. Tienen algo; tienen más historia que muchas facciones, más gestos que el resto de nuestro físico, y sobre todo, no saben mentir. Están ahí, sucias, limpias; con uñas cortaditas, desprolijas o bien largas. Con brillo, color, o desvestidas.
Cuando estoy de buen humor y un poco extravagante me pinto las uñas de rojo. Cuando estoy de mal humor, no las corto ni las pinto. Cuando estoy serena, me las corto, pero no las pinto.
Mi mamá tiene siempre las manos cansadas. No es extraño ver algún corte, una quemadura, o simplemente notarlas maltratadas por el frío, el sol o el agua. Cruza siempre los dedos. Pero no como deseando buena suerte. Los cruza como vendetta.
Mi papá se come las uñas. Tiene manos torpes, pero siempre están calentitas, incluso en invierno. Son manos cálidas, manos para agarrar caras y acariciarlas. Manos para unirse a brazos que abrazan mucho. De cara, mi papá parece un poco distante, pero de manos, de manos es auténtico. Un poco raro, como el algodón.
Fede tiene manos grandes, que dicen muchas cosas. Pueden susurrar “que linda que estás” sin que nadie más se de cuenta; pueden atajar cuando los demás no ven que me estoy cayendo. Las manos de Fede cuentan secretos. Y es bueno que sólo él y yo los sepamos.
Las manos de Maru son prolijas. Las uñas siempre largas, no le gustan sus uñas cortas. No le gusta pintarlas de colores, pero los colores sin las uñas le gustan mucho. Tiene manos de amiga nerviosa, que se despinta el brillito sin usar una gota de quitaesmalte, y valiéndose sólo de la precisión de la otra mano, que despinta. Tiene manos que no paran de moverse, sacar y poner anillos, destapar resaltadores y llamar la atención del resto del mundo. Cuando Maru está nerviosa, su cara se ríe y sus manos se descolocan, saltan de una a la otra y tratan de contar al mundo lo que mi amiga no quiere contar.
He aquí entonces la parte del cuerpo que me resulta más expresiva. Y ahora estas manos se tienen que poner a trabajar para llenar esta hoja en blanco. Aunque ahora que lo miro, antes de que me diera cuenta, ya hicieron todo el trabajo. Decidieron, en un arranque de rebeldía y revelación, hablar un poco de ellas, de nosotros y de mi.

martes, 4 de marzo de 2008