viernes, 13 de julio de 2007

De cómo las cosas se pueden volver complicadas por el sólo impulso humano


Cuando las cosas se complican, es algo así como un vaso de agua al que le echamos unas gotitas de leche. Se enturbia. No se puede ver mucho. Sombras, algunos movimientos.
El tema es la solución. No se si a razón de la química, la física o sólo las ganas de hacer que las cosas sean aún más complicadas, el tema es que es prácticamente imposible hacer que el agua vuelva a ser transparente.
Tampoco es cuestión de andar derramando el agua (y la leche, recordemos), porque después se arma flor de desastre, y todo se va de cabeza al piso. La diseminación entonces, descartada.
La opción será arreglárselas para no ahogarse en un vaso de agua (turbia), empezar a interpretar sombras y movimientos, aprender a nadar un poquito por los contornos del vaso, y a ver que nos dice.

Y sino, a hacer la plancha.

He dicho.


(Definitivamente este vaso necesita ir a terapia)

jueves, 12 de julio de 2007

Nadie dijo que fuera fácil

Lo robé, pero se lo robé a Fede que a su vez se lo robó al señor Pérez Reverte. Es que me trajo a la cabeza una mezcla extraña de nostalgia, identificación, algo también de buenos augurios. Los resultados fueron positivos. Por ahí a más de uno también lo hace sentir bien. Así que, gracias a Fede, y aquí va para el resto:
Nadie dijo que fuera fácil
(...) "Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles."

Al final si, es un poco de nostalgia y mucho de deseo. Hasta un poco de reivindicación diría yo...

miércoles, 11 de julio de 2007


Parte I: Anita (3).
Mientras toda mi familia pasaba el cumpleaños de mi madre en la cocina, fuimos con Anita al living. En el camino, le clavó la vista a la caja de bombones que su mamá le había regalado a la mía. Sin que tuviera que decir nada, robé uno para ella. Le expliqué que era algo secreto, y que no le podía contar a nadie. Finalmente agregué: “cuando termines, tenemos que hacer que no quede ningún rastro”.
Con carita de “esto sí que es serio”, apuró el resto de bombón que quedaba, extendió sus manitas llenas de chocolate y sentenció con firmeza y seriedad: “chupá”.

Mejor que sea subterráneo

Suele ser un gran problema cuando uno tiene tantas cosas para decir a tanta gente y sabe que no puede empezar, ni seguir, ni terminar. Me acuerdo que varias veces me describí como una caja llena de cajitas. Pero ser así también es muy tedioso. Sentir que la necesidad de hablar es tan grande e imperiosa pero a la vez imposible de satisfacer. Que a nadie le va a importar tanto de todas formas. Que nunca va a ser suficiente para ninguno de ellos. Que las cosas son así y punto. Ni seguido, si suspensivos, ni punto y coma. Punto final. Punto principio. Y empezar de nuevo y ver si esta vez lo alcanzo. Y decir que la próxima va a ser distinto, y que mejor así, y que mejor no hablar…y que mejor huir. Huir y encontrar un lugar tan propio que no sea de nadie más. Que no lo conozcas. Que nunca te enteres. Que sea fácil para mí llegar. No tengo registro ni ganas de caminar. Además podrían seguirme y descubrirlo. Mejor no, que sea subterráneo. Que nunca te enteres. Que tenga agua mía, sol mío, espacio mío. Fotos, libros. Papeles, música mía. Que no entre el frío. Que no se haga de noche. Que nunca te enteres. Para hacer lo que más tengo ganas de hacer, que no es algo pero es todo, que no es nada pero es tanto. Que a veces es tan poquito y tan difícil al mismo tiempo. Casi o mas difícil que pedir que nunca te enteres. Mucho más difícil que lograr que este lugar, tan exacto y tan inexistente alguna vez deje de serlo…


Y si existe

Y si es exacto

Por Favor

No te Enteres….